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Informe sobre naranjas y

mandarinas en Argentina

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Han sido las frutas más cultivadas y las primeras en ser exportadas pero en los últimos años se volcaron tierra adentro. Los cítricos dulces hoy dan buena guita con distintas estrategias de un sector que sabe surfear las épocas con versatilidad. Con el roscazo devaluatorio vuelven las promesas de inversión y queda la pregunta: ¿a dónde irán a parar? Reportaje en la cuenca del río Uruguay.

“Mandarina criolla Kg. $ 500”. El fibrón con poca tinta de una verdulería de Floresta, Buenos Aires, sentenció el valor del producto en julio de 2023, en medio del desquicio de los precios relativos. La foto viaja por WhatsApp directo a Chajarí, Entre Ríos, de donde vinieron esas mandarinas que antes se descargaron junto a otros cientos de cajones en el Mercado Central. Muy poco antes, colgaban de unos árboles en fila, que unas manos con tijera cosecharon, y de ahí al empaque, siempre para el mercado interno porque, según cuentan, en los mercados internacionales no se bancan el olor de ese manjar.

“Es más del doble de lo que la vendemos en el Mercado Central. Desconozco los costos que tienen pero me parece una locura que compramos la tierra, plantamos, producimos, la llevamos hasta allá y vendemos a 4 mil el cajón para que al toque valga 9 mil”, contesta el productor entrerriano a 562 km de la verdulería. Alquiler del local, costo de reposición, porcentaje que no se vende; sobran las justificaciones pero la escena se replica en distintos puntos del país, mientras cada vez menos gente come fruta: lo que al cabo de un año —podas, riego, tratamientos, empaque y transporte mediante— vale 4 mil en menos de un día más que duplica su valor.

agrios y dulces

Según FEDERCITRUS (Federación Argentina del Citrus), en los últimos tres años se cultivaron entre 1000 y 1500 millones de kilos de naranjas, mandarinas y pomelos en una superficie apenas superior a tres veces la Ciudad de Buenos Aires. Los números gruesos de esta cuenta significarían unos 27 kilos por habitante pero, como menos de un 10% se exporta y el resto se reparte —casi mitad y mitad— entre industria (jugos) y el consumo interno, podríamos calcular en 12,5 kilos disponibles por habitante por año (con el elefante en la sala que es la deteriorada capacidad de compra).

Los cítricos dulces en Argentina principalmente se producen en dos áreas. En el Noroeste, al norte de la franja limonera tucumana, donde sobre todo se hacen naranjas y pomelos, que van a la industria del jugo o a la exportación por grandes empresas, como la diversificada Ledesma o la otra grande de las frutas en Salta, Tuma. Pero lo más singular de esta producción —un 70% sobre el total— está en la mesopotamia. De Misiones a San Pedro, sobre todo en las tierras que baña el Río Uruguay, su historia productiva cruza el siglo XX. Plantas de unos 70 años que aún producen conviven con variedades y plantaciones nuevas, y evidencian el desarrollo desigual de una zona hilvanada por la ruta 14: Monte Caseros y Mocoretá, en Corrientes, y Chajarí y Concordia, en Entre Ríos, son el corazón productivo de las naranjas, mandarinas y pomelos que consumimos. Tierra de viejas colonias agrícolas, en la que alguna vez se repartió la tierra, y al principio había todo tipo de frutales, hasta que en los años 60 avanzó la especialización en las frutas de la famosa vitamina C.

al norte mesopotámico

“Hay una crisis y en toda crisis hay oportunidades porque empiezan los nichos”, dice el ingeniero Omar Tisocco, mientras maneja la camioneta con la que entra y sale de todas las fincas productivas de su ciudad natal. Nos alejamos de la costa del Río Uruguay, la vegetación cambia y comienzan a verse espinillos.

Monte Caseros, en el sureste correntino, tiene unos 30 mil habitantes y, además de por sus cítricos, se la conoce por sus carnavales. Sus anchísimas calles van en caída hacia el río, que la separa de Bella Unión, Uruguay. Apenas al norte, en el recodo del río, está la triple frontera más austral, que separa a las dos ciudades mencionadas de Barra Do Quarai, Brasil.

“El primer equipo de riego en Corrientes lo tuve yo acá, era un vergel. Promedio de la quinta, 40 o 50 toneladas por hectárea todos los años. Llegué a sacar 78 toneladas por hectárea, un lote que ya no existe más pero tenía riego entonces. Mirá, están los troncos nomás, eran lotes buenos. Cortaron todo para las vacas”, se lamenta.

El caso de los cítricos dulces, sin embargo, no es igual al de otras frutas cuya superficie plantada retrocedió muchísimo. La clave aquí es que, si bien hubo transformaciones en el mapa productivo, la superficie no se redujo tanto como la producción, que en la última década fue cayendo por falta de inversión.

Si, como dicen Carciofi , Maspi y Guevara Lynch en su informe de este año para el Ministerio de Producción, los países que lideran las exportaciones no necesariamente son los de mayores rendimientos por hectárea, como es el caso de España, toca entonces mirar los aspectos comerciales y macroeconómicos que explican la declinación.

invierno y verano

El abastecimiento nacional de estas frutas durante el año se garantiza no solo por la extensión geográfica de las plantaciones, que de norte a sur van madurando, sino también por la existencia de decenas de variedades que permiten diferir el tiempo de cosecharlas. Por eso se habla de cosechas de invierno y también de verano, aunque esta se haga más bien en primavera, cuando la mayoría de los árboles están floridos y fragantes.

El calendario se completa con las distintas fiestas: en julio está la Fiesta de la Naranja de Ombligo en San Pedro y en noviembre está la Fiesta Nacional de la Naranja en Bella Vista, Corrientes, que hace unos años agregó a su nombre “y de la diversidad productiva”, para acompasar el festejo a la realidad productiva del lugar: cada vez más los productores se volcaron al limón y son pocos los que en esa sede tradicional del cítrico dulce se dedican a producirlo.

Hilando fino puede decirse que de Jujuy y Salta vienen unas naranjas más ácidas y pálidas, parecidas a las que producen en Brasil, potencia absoluta en la producción de jugos.

Sin amplitud térmica, el dulzor de estos cítricos —desafío logístico por el tiempismo que requiere cosechar y consumir cuando están justo en su punto— no se desarrolla. Por eso los cítricos dulces más cotizados salen de la mesopotamia.

Algo artificial completa la posibilidad de abastecer todo el año: las cámaras de frío. Las frutas se camarean para aguantar la venta pero también para cubrir el tramo en el que la fruta podría escasear, justo en pleno verano hasta abril.

 

Sin amplitud térmica, el dulzor de estos cítricos –desafío logístico por el tiempismo que requiere cosechar y consumir cuando están justo en su punto– no se desarrolla. Por eso los cítricos dulces más cotizados salen de la Mesopotamia.

exportadores

Se dice que la mandarina lleva ese nombre por el color de los trajes de los mandarines chinos, funcionarios importantes de aquel imperio, territorio de las primeras plantas que se conocieron, y hoy principal productor de esta fruta para el abastecimiento de su mercado interno.

“La gente cree que exportás y te llenás de plata pero hace varios años que a esa mandarina le hacés el doble de plata en el mercado interno que en exportación”, dice Miguel Rosbaco, presidente de la Cooperativa San Francisco, en Monte Caseros, Corrientes. La cope arrancó en 2002. Un grupo de productores medianos y chicos que les vendían a exportadores. La crisis de 2000 los desafió a armarla y en 2005 arrancaron a exportar. Hoy juntan 1500 hectáreas entre varios socios-productores que envían aquí la fruta que hoy sale al sudeste asiático y resuelven por la suya lo que venden en el mercado interno. “La lógica diría que deberíamos exportar más ahora que antes. Pero no es porque tengamos menos capacidad, estructura ni nada, sino porque el negocio no funciona. Competimos contra Sudáfrica y Perú, y nos pasan el trapo —dice Rosbaco—.

Hoy se exporta para mantener el cliente y no salirte del mercado. Este empaque el año pasado trabajó tres meses. No es rentable. Te conviene venderlo acá que lo cobrás a culata de camión. Con un dólar más real, ahí sí capaz que sirve”.

FAMA es hoy la principal exportadora de cítricos dulces. Según Nahuel Lavino, gerente de ventas de la firma, Argentina tiene toda la técnica pero prevalece otra lógica: “Como productor decís: ¿pongo todos estos productos?, ¿hago todas las curas que hacen falta hacer para tener la fruta para exportar?, ¿o corto los costos y mando al mercado interno, donde me aseguro el pago en vez de arriesgarme a cobrar a 60 o 90 días mandando la fruta afuera?”.

Mientras que Brasil juega a otra escala con una enormísima producción que abastece a sus industrias jugueras, Argentina descendió varios escalones en el ranking de exportadores. Al récord de 2007 le siguió una década después el piso en exportaciones: menos de la mitad. “No cualquiera es exportador pero los jugadores del mercado interno hoy están mucho mejor económicamente y financieramente que los exportadores”, dicen de Coopecicor, la otra cooperativa exportadora en Mocoretá, Corrientes.

Los exportadores del noreste argentino se agrupan en la Cámara de Exportadores de Citrus del Noreste Argentino (CECNEA), FAMA, Trébol Pampa, Salerno, Coopecicor y San Francisco, entre otras, están allí. Para ellos, son claves las ferias internacionales en las que se encuentran vendedores y compradores del mundo. Ahí se sellan —valga el adjetivo— jugosos negocios. Este año en la feria de Madrid, Fruit Attraction, el optimismo se mezcló con las discusiones políticas que desde la cancillería a cargo de Alfonsín intentaron colar. Ni la quita de retenciones, ni las devaluaciones diarias capturaron la simpatía de un sector que hace tiempo prefería el cambio.

efectivo ya

En estricto off, un ingeniero agrónomo le cuenta a crisis que una vez quiso saber lo que costaba producir un cajón de naranja. “Yo quería poner sueldo, jornales, honorarios, todo en el costo. Amortización de maquinaria, de plantas… Sabía lo que costaba producir un cajón de naranja, de lo que era insumos, productos… pero todo lo que era sueldo, no. Y todavía lo estoy esperando”, cuenta. Antes de renunciar, se sacó las ganas: “Echá a todo tu personal, levantate a las 4, cosechá hasta las 12, dormí una siestita, salí con el camión para Buenos Aires, y dejá de joder con la mano de obra”, dijo.

En el sur correntino la mayoría de las cuadrillas de cosechadores vienen de Concordia, Entre Ríos. Contratistas con micros que garantizan la cosecha a un precio que sirva, aunque nunca sea suficiente. “Son los que mejor cosechan, están organizados y te ofrecen un servicio —dice un asiduo contratador—. Los trabajadores de acá prefieren ir a cosechar de a tirón, no con alicate, porque es más rápido. Así se hace con la fruta que va a industria, o con la de mercado interno de peor calidad. Pero así pierde valor”, completa.

“Todos quieren cobrar en efectivo para no perder el plan. Si publicás eso sos el héroe de la citricultura nacional”, dice otro productor apuntándole al síntoma y no a la enfermedad. Los ajustados números del negocio exportador y la informalidad en los del mercado interno aprietan mucho una cuenta que se disputa por dónde arranca: “Los costos no empiezan por la producción, empiezan por la comercialización. Cuando algo se vende el puestero cobra su 10% o 15%, el fletero cobra tanto por bulto, el empacador tiene su flete y comisión, ¿por dónde ajusta? Por el productor primario”, dice Pedro Ortega de Sol y Fruta, en el Parque Industrial de Concordia.

“El patrón no me va a decir que vendió a tal precio el cajón, me entero por el del galpón. A ellos —los patrones— siempre les va mal, por más bien que les vaya, esa es la justa —dice un encargado de producción mientras camina por una fila de árboles de donde aún cuelgan mandarinas en mayo—. Los que vivimos a sueldo, si no nos manejamos, no llegamos. Llamás a un pibe para cosechar pero le sirve más meterse en una quinta y afanar dos bolsas que venir a laburar por 4 mil pesos el jornal”, dice este encargado que antes fue tractorista.

 

Mientras que Brasil juega a otra escala con una enormísima producción que abastece a sus industrias jugueras, Argentina descendió varios escalones en el ranking de exportadores. Al récord exportador de 2007 le siguió una década después, en 2018, el piso en exportaciones: menos de la mitad.

 

“Si sabés vender, te cierra por todos lados. El tema es que el productor chico no la puede aguantar. Viene un vecino más grande y le compra la producción cuando está en el piso de precios. A mí en el piso de precios no me sacás una naranja. Los grandes le compran al chiquito o le cambian el producto por la cuadrilla de poda, la de mantenimiento, abono… una guachada”, dice un moderno productor correntino que trabaja junto a organizaciones campesinas que se animan a discutir otro campo posible.

chajarizados

Chajarí es una ciudad del norte entrerriano de unos 50 mil habitantes, a fines del siglo XIX conectada por el ferrocarril, hoy en desuso. Su centro sorprende por la cantidad de locales pequeños, uno al lado del otro, con variedad de oferta de ropa y chucherías varias. Aquí la gringada se instaló en el siglo XX y hoy segundas y terceras generaciones llevan un negocio pujante, informal y familiar, orientado exclusivamente al mercado interno.

El ingeniero Juan Pablo Stivanello habla entre alguno de las decenas de empaques que pueden verse en la ciudad. Recuerda que sus abuelos tenían su chacra y empezaron haciendo un poco de cítricos. “Venía uno de Buenos Aires y le compraba baratísimo. No había información, no había nada —cuenta—. Hasta que se logró hacer pie en el Mercado Central y hoy te diría que el cítrico en el Central prácticamente se maneja desde acá”. Para él, no hay un monopolio, “pero el que no tiene algún eslabón de la cadena atado a la comercialización no la ve y no puede invertir”. “Todo ese diferencial de dinero —lo que puede valer un cajón acá y lo que vale en diferentes puntos del país— vuelve a la zona a hacer un galpón nuevo, y para eso comprar en la zona, dinamizarla”, sigue Stivanello, entusiasta de lo que otros llaman chajarización de la citricultura que consiste en la organización familiar del negocio para ir integrándolo del vivero a la comercialización.

“El que está en el autoelevador es el dueño. No está en una oficina fumando un habano”, advierte Juan Pablo cuando llegamos a lo de los Fabrello, en Villa del Rosario, bien cerca de Chajarí. El empaque de esta empresa, hoy principalmente manejada por sus dos hijos de treinta y pico, está a todo ritmo con la habitual coreografía en la que las frutas se descargan y a lo largo de la línea de empaque van siendo encajonadas, mientras camiones con doble acoplado de la empresa esperan afuera para salir directo a los grandes centros de consumo.

Los Fabrello llegaron a esta zona para producir. “Mis abuelos se instalaron y probaron todo lo que se podía probar: viñedos, manzanas, duraznos, hasta que se volcaron a los cítricos con sus hijos y hace 40 años se dedican puramente a eso”, dice Wili Fabrello, joven contador que hoy administra las 200 hectáreas en producción y otras 80 que están comprando para aumentarla. “Es una apuesta a un modelo de trabajo familiar, de integración vertical en la que los productores asumen más trabajos. Hay zonas que se quejan de que la fruta no vale y quiebran pero no avanzan verticalmente… Nosotros sí, decidimos agruparnos, salir de la zona de confort, la chacra, y ofrecer mejor precio en otro lugar”, dice con optimismo y confianza en la empresa que hace unos años crece sorteando hábilmente la inestable economía.

“No estamos pensando en cómo está el país, nosotros producimos. Apostamos a tener más productividad. La condiciones fueron variando pero lo resolvimos con astucia: cada vez vamos integrándonos más en la cadena. Es nuestra forma de defendernos del aumento de los costos y la devaluación de la moneda. Hace dos años producimos nuestras plantas en invernadero, desde la semilla hasta la comercialización. La forma de ahorrar costos es hacerlo nosotros mismos”, dice.

buenos precios

“Cuando sos chico, no laburás parejo, el laburo se va cortando, y la cope te da ventajas que si estás laburando solo en tu empaque se te complica —dice Daniel Calgaro en la Colonia Freytas—. A pesar del año complejo por la sequía, que costó que tamañe la fruta, y por eso fue mucho a industria, incluso ahí venimos con precios buenos todo el año. Después está la discusión que siempre damos: en nuestra escala es más difícil tener espalda para ser competitivos”.

Contento con los buenos precios de este año que le permitieron a la flamante cooperativa comprar dos autoelevadores, cuenta que en su finca aún no pudo recuperarse del todo de las heladas de 2012, que le estropearon la producción. Hoy, mientras anima la cooperativa, planea una fuga a aquellas hectáreas que antes producían para el mercado y ahora quisiera que produzcan de otra manera, más integrada, con animales y frutales también: “Me cansé de estar persiguiendo la guita”, dice.

La otra gran diferencia: estamos en la ruta 14 hacia el oeste. Hacia el este, hacia el Río Uruguay, el suelo es más arenoso. “El nuestro es más pesado, oscuro, calcáreo. El rendimiento de kilos que te da en un suelo arenoso es mucho mayor por hectárea. Donde estamos nosotros la helada pega, sobre el Río Uruguay no”, dice Calgaro.

sustitución de importaciones

En 2023 se importaron cítricos de España e Israel. No tantos pero suficientes para confirmar en los productores la ajenidad estatal (y una irracionalidad pese a los precios). Sin embargo, no es la tendencia: “El bache de febrero a abril, que históricamente se cubría importando del hemisferio norte, a contraestación, hoy se cubre con producción nacional. ¿Qué hizo el productor argentino? Invirtió en cámara de conservación de frío. Sale en esos meses a un precio mayor pero está suplantando la importación con producción nacional, inversión, cámaras, paneles, trabajo argentino”, remarca Stivanello.

“No sirve atorar el mercado ni desabastecer, no es timba sino continuidad. No podés llevar a tu puesto cinco camiones si tiene capacidad para uno. Esto es perecedero: si no vendés hoy o mañana, lo tirás”, dice Pedro Ortega y sigue: “Mandar al mercado antes de que estén en su punto es una cuestión comercial, tenés que sacar porque no podés dejar todo para cosechar en 15 días. Todos los años arrancamos con buen precio y cae cuando la gente percibe que aún no está rica”

“El patrón no me va a decir que vendió a tal precio el cajón, me entero por el del galpón. A ellos –los patrones– siempre les va mal, por más bien que les vaya, esa es la justa”, dice un encargado de producción mientras camina por una fila de árboles de donde aún cuelgan mandarinas en mayo.

el tiempo está a favor de los pequeños

Concordia, segunda ciudad entrerriana, puede considerarse la meca industrial de las jugueras. Fue sede de las últimas grandes citrícolas: la Citrícola Ayuí y Pindapoy. “Colonia Ayuí —Grupo De Narváez hasta quebrar en 2017— era el campo modelo más grande de la Argentina. Pindapoy tenía la mejor genética pero talaron la mayoría y pusieron forestación: un sacrilegio”, dice un productor del lugar que, como no quiere problemas, pide anonimato.

Estos emblemas del cítrico industrializado, con una larga historia de pioneros, hoy no existen y las pocas quintas que sobrevivieron pertenecen a empresas más pequeñas.

“Durante esta década las empresas que tenían estructuras caras y costos altos, cayeron porque el achique pasó por informalizar todos los contratos —dice Pedro Ortega desde su juguera en el Parque Industrial—. Esa economía permitió que algunos quedaran vivos y las estructuras grandes, caras en dólares, no pudieron aguantar. Quinientos cosechadores en blanco hoy no lo tenés porque no hay gente que se quiera anotar”.

“Los peores años nos favorecen, tristemente. Tener infraestructura vale ahí. Pero si te quedás en nuestros pueblos un par de días vas a ver pibes que andan en Hilux último modelo y en el campo no tienen riego por goteo, los tractores no les arrancan… —critica otro productor correntino—. Antes eran tres hermanos, cambiaban la camioneta cuando podían, después entraron los primos y todos salieron con 0 km y chau… así también se funden”, completa.

“Algunos dueños crecen de golpe, dejan el tractor y se hacen empresarios, pero la parte comercial cambia día a día y tenés que estar”, dice Tisocco. La dispersión de actores, y cierta democracia productiva en la que no hay grandes monopolios, por supuesto, tiene sus límites. Las periferias, donde todo es más complicado, viven de otra manera el boom de buenos precios del mercado interno. Problemas que desafían la gestión de la escala familiar.

—800 pesos el kilo de naranja en Buenos Aires.
—¿Y cuál es el problema?
—Es caro.
—Y si no hay…
—Tengo una hipótesis: hay poca cantidad y suben los precios.
—¿Hay poca o hay mucha respecto de qué?

La conversación en el parque industrial toma temperatura y Ortega arremete con sus argumentos: “Argentina podría exportar tres veces más y producir diez veces más. Los años que no se exporta, sin problemas de sequía, los mercados se abarrotan y el precio de la fruta cae terriblemente. Los productores se quieren ir del rubro. Cuando tenés un dólar libre, hay exportación y la gente invierte en tecnología, ese año no alcanza: ¿para exportar lo que podríamos o para abastecer al mercado interno? Si no exportamos tenemos que tirar, y si exportamos no alcanza. ¿Cómo se resuelve? Con un tipo de cambio que sea de libre fluctuación”, dice, y continúa: “La intermediación que hay es la que se necesita, no hay cucos acumuladores. Que la comercialización capture más rápido la riqueza es lógico”.

—¿No creés en la construcción de un precio mínimo y máximo?
—No, yo creo en el crédito y en la baja de impuestos.

Este año termina con altas expectativas, luego de una temporada de mucha lluvia sobre los arbolitos floridos de la primavera que prometen abundancia en 2024. Justo cuando se prevé el salto del tipo de cambio para alegría del negocio exportador y pavor de las mayorías pesificadas. Argentina penduló y la confianza ciega en el mercado deja la pregunta: ¿a qué paladares irá a parar el dulzor de los cítricos argentinos?